Por José Moreno*
* Sociologo y escritor. Autor de
Operacion Medibacha y Codigo Tripa Gorda.
* Sociologo y escritor. Autor de
Operacion Medibacha y Codigo Tripa Gorda.
Yo era chico, un niño soñador que aún creía
en el amor y en las grandes epopeyas. Miraba muchas películas que, desde cierto
elitismo cultural –y desde la lisa y llana sensatez-, podría decirse que era
una bazofia. Era la época en la que se empezaban a alquilar los reproductores
de VHS, con dos o tres películas para pasar el sábado, invitando a los pibes
del barrio para después salir a la calle a recrear la película en cuestión.
Imposible olvidar la Plaza San Martín de
Tres Arroyos transformada en el Estadio Azteca después de ver “Héroes” –aquella gran película del
realizador Tony Maylan-, reviviendo el gol de Burruchaga, adelantando la pelota
por demás ante la absurdamente tardía salida del portero alemán. Otra huella la
dejó Rocky IV, con toda la guerra fría condensada en una pelea de boxeo, con el
subnormal de Silvester Stallone defendiendo los valores de la democracia
occidental. Por desgracia aquel film grotesco -y tremendamente cautivador para
un chico de primaria- lo compartí con mi amigo el “Rolo” Pescader, vecino del
barrio un par de años mayor y con una contextura física de adulto desde los 10
años. La huella de Rocky IV se tradujo en las marcas de los sopapos que el
“Rolo” depositó en mi humanidad con la tenacidad y frialdad soviética que
contagiaba Ivan Drago. Creo que desde aquel entonces empecé a dudar de las
virtudes del comunismo soviético.
Eran esos tiempos cuando, lo recuerdo, mi
hermana Adela se acercaba mientras yo miraba películas y me decía: “¿Querés que
te cuente el final? Él se queda con ella y pierden los malos.” Yo me reía, y me
daba cuenta que tenía razón, que el 99,9% de mis películas respondía a ese
patrón. Era, quizás, mi primer toma de conciencia sobre los clisés.
Los
clisés aparecen como aquellas repeticiones, aquellos lugares comunes que una y
otra vez vuelven reeditando fórmulas que alguna vez fueron exitosas y, para
nuestro asombro, poseen más durabilidad que una caja llena de Duracel de las
grandes.
La pregunta que me surge pensando en esto
es si los clisés, por serlos, deben ser desechados por completo. Y en todo
caso, cómo sería eso.
En primer lugar entiendo que difícilmente
se escapa de los clisés. Casi siempre se repiten fórmulas (“Ya está todo
inventado” reza una frase clisé). Los géneros y subgéneros, las latitudes y
particularismos culturales, los paradigmas y estilos, las corrientes
artísticas..., cada grupo y subgrupo de manifestaciones artísticas tienen los
suyos. Sobran dramas con enfermos terminales y niños con leucemia. Rebalsan
asesinos seriales oficinistas, con anteojos y raya al costado. Saturan partidos
de futbol americano con un touch down definitorio en el último segundo.
El empeño en lo anti clisé tampoco asegura
buenos resultados. Muchas veces, por poner el centro en pos de la originalidad
y de la trasgresión de “límites” se termina en historias indigeribles, con
planos y secuencias eternas –somníferos potentes-, relatos sin sentido –o con
sentidos tan profundos y complejos que resultan una pelotudez atómica-, humoradas
absurdas –tan absurdas que también resultan una pelotudez atómica. Esto no
significa que no se deban trasgredir límites ni buscar la originalidad. El tema
es qué límites y cómo se trasgreden, si la originalidad por la originalidad
misma no cae en otro clisé, sólo que más exclusivo, probablemente poco
entretenido.
El clisé en sí mismo, como tal, no debería
demonizarse por demás. Claro que es bueno que las historias que se crean no
sean todas copias de sí mismas. Hay muchos clisés absurdos y evitables, estúpidos,
absolutamente predecibles. Hay formatos dominantes, hegemónicos. Es bueno
saberlo, tenerlo presente y tratar de hacer algo distinto, que de alguna manera
innove, vaya contra cierto orden –y no sólo contra “el” orden hegemónico, sino
contra todos los órdenes que hegemonizan un campo cultural (géneros y
subgéneros, corrientes, modas, culturas nacionales, etc.).
Pero el clisé puede ser pensado de otra
manera, reciclado, reutilizado. Se puede jugar con ellos. Innovar al interior
de sus estructuras, hurgar en sus intersticios. Él se queda con ella y pierden
los malos es una estructura general que hay que llenar, una coordenada de trazo
grueso, una superestructura, si me perdonan las marxistas.
Así visto, este lugar común de las
historias que se consumen masivamente, habilita muchas opciones para
desarrollar. Así enunciado remite a dos valores especialmente caros a la
humanidad toda: al amor y la justicia (puede agregarse la épica, ya que los
malos pierden, y si pierden, es porque hay una disputa manifiesta). ¿Por qué
renunciar a semejantes tópicos?
No está nada mal que triunfe el amor. Se
puede discutir de qué manera, entre quienes, qué tipo de amor. Una pareja
heterosexual, una gay y todas las variaciones que se les ocurran son amor. El
amor fraterno, el familiar, el caritativo, el revolucionario… son todos amores
que es grato ver triunfar. El triunfo del amor muchas veces es que “él” (y no
hablo de Néstor Kirchner) no se quede con ella, porque si se queda con ella se
pueden achanchar feo, caer en una rutina insoportable, tener hijos
insoportables, odiarse, engañarse y traicionarse sistemáticamente.
No es malo tampoco que pierdan los malos.
Sí, claro el mundo es complejo, y lo bueno y lo malo es difícil de definir. El
problema no es que pierdan los malos, sino que los malos siempre sean árabes
barbudos que se empeñan en no dejar vivir en paz a la gloriosa nación del
norte. O que los malos sean entera y estúpidamente malos y los buenos lo mismo.
Hay una gran gama de grises sobre lo que innovar.
En definitiva, los clisés están por ahí
siempre. El desafío es que hacer con ellos. Es jugar con ellos y contra ellos.
Darlos vuelta, ridiculizarlos, exacerbarlos, desnaturalizarlos. Ponerlos en
discusión, pero también tomarlos. No hay que tenerle miedo a la épica, a la
justicia, al amor. En todo caso, resignificarlos, descolonizarlos, traerlos
para nuestro lado, para nuestras batallas y fantasías. Después de todo los
clisés son puntos de referencia, de encuentro, lugares comunes, es decir que
tenemos en común, lugares donde nos encontramos. Habrá que ponerlos lindos a
esos lugares, decorarlos de manera ingeniosa y novedosa. Y encontrarnos ahí,
con nuestra historia, nuestras historias, con los viejos amigos, con el “Rolo”.
Ya se la voy a dar al “Rolo”.
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