por Fernando Alfón
En un asiento del colectivo, hace un tiempo encontré una
diminuta edición del Nuevo Testamento, editado por los Gedeones
Internacionales, una asociación que se jacta, en la primera página, de haber
distribuido gratuitamente «más de 1.000 millones de Biblias y Nuevos
Testamentos en hoteles, moteles, hospitales, instituciones penales, fuerzas
armadas, estudiantes y enfermeras en servicio público». El ejemplar es del
tamaño de un atado de cigarrillos y trae como anexo los Salmos y Proverbios.
Son estos los que me llamaron la atención.
Luego de un
prólogo escueto y de rigor, tras el título «Donde encontrar ayuda», se enlista
una serie de penurias que conducen a una página precisa del libro. Por ejemplo,
si el lector está angustiado busca «Angustiado» y el índice le indica que tiene
que leer Mat 5: 4; si está derrotado busca «Derrotado», ir a Rom 8: 31-39. La
edición está pensada para ser leída proverbialmente y, salvo un estado de ánimo
aparentemente excepcional (el de «Agradecido»), los veintinueve estados
restantes revelan que los editores presumen un lector sufriente, urgido por dar
con un alivio.
El Libro de
los Proverbios, atribuido como otros libros sagrados a Salomón, se ocupa de
algunas enseñanzas vinculadas a la Sabiduría (temor a Dios) y eventualmente a
dos cuestiones que aquí interesan: el atesoramiento de adagios: «Átalos a tus
dedos, escríbelos en la tabla de tu corazón» (7, 3) y el arte de proverbiar:
«Como al cojo le bambolean las piernas, así es el proverbio en la boca del
necio» (26, 7).
El pequeño
librito contrasta con la vastedad que suspira. Detengámonos ahora en la cifra
1.000 millones, que es el número de ejemplares de la Biblia distribuidos por
los Gedeones. Si consideramos luego los otros editores de biblias en el mundo,
es fácil deducir una cifra inconmensurable. Es decir que el Libro, leído como
una libretita de consejos para la vida —La Grieta dirá cliché en este número—
es la fuente de lugares comunes más popular y gigante que se haya concebido.
¿Es tan significativo el asunto?
La Biblia es
compleja, pero el modo en que se la difunde tiende a la cita, al tono sanador y
la respuesta inmediata. En sí mismo, este tipo de pensamiento se constituye en
una filosofía popular, práctica y efectiva; la idea de tener un rosario de
respuestas para la vida cotidiana es una filosofía, digamos, de aquellos que no
ostentan ninguna. Si la religión es la filosofía del pueblo, el proverbio es la
síntesis de su método.
Estas
disquisiciones son indispensables para pensar el escenario político actual,
pues noto —es esta la hipótesis de este ensayo— que todos los políticos con
chances de disputar una representatividad en Argentina (incluidos varios del
FPV) han elegido el tono evangélico. Como si hubieran llegado a la conclusión
de que padecemos de alguna dolencia sacramental. La Argentina toda está
embarcada en una gran procesión a Luján. Nos repartimos estampitas, nos damos
alientos del tipo: «¡Hay que tener esperanza!» El que no habla en tono
mesiánico, elige la parábola o el enigma de confesionario. Unos dicen que
pondrán la otra mejilla; otros dicen que nos tenemos que salvar; otros, que
tenemos que elegir. Argentina ante el Libro de los Proverbios. Finalmente, las
bendiciones del Papa comienzan a producir las primeras curaciones. Ahora resta
esperar que se produzca, finalmente, algún tipo de milagro.
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