La Grieta Digital 10

Agosto 2013


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GUION PARA UNA FARSA

Por Matias Manuele

 
I. La escena podría ser la siguiente. Una pareja de jóvenes debe atender un compromiso familiar. Son invitados a cenar a casa de unos familiares mayores, pongamos, tíos abuelos. En la cena se encuentran con otros tíos y primos, todos adultos. La cena se desarrolla normalmente, las mismas anécdotas de siempre, las mismas tensiones de siempre: ninguno quiere estar allí, pero a todos les pesa el que dirán, el compromiso asumido.

Hacia el fin de la noche, la pareja se ve envuelta en una situación de la que no pueden salir. Dos de los primos, picados por el alcohol, se trenzan en una dicharachera conversación acerca de la película que vieron por la tarde. La charla se hace más tensa. Los comensales se ríen y nadie sabe de qué, el ambiente se torna denso. Finalmente, justo cuando nuestra joven pareja estaba por desentenderse de la situación y salir de la casa, la escena desemboca inevitablemente en el living frente al televisor y al DVD. Corre “El Ángel exterminador”.

II. No es preciso presentar a los personajes, son arquetipos conocidos. El médico racional que todo lo sabe, pero que esconde la morfina en el cofre “para las noches con amigos”; el dandy anfitrión que agasaja a todo el mundo, pero que no duda en cuchichear con su mujer sobre los modales de los demás; la hermosa joven soltera, prontamente apodada la Walkiria por sus conductas dóciles. Y así. Son los estereotipos de una refinada burguesía que juega ese conocido y antiguo juego de los modales y las formas.

Pero ese juego, como las historias de cada uno de estos personajes, va cediendo paso a un misterio. Algo pasa, inefable, que ata a los figurantes a esa escena, al living de esa mansión. Compromisos, modales, disciplinados placeres, las formas impiden a esos burgueses salir del proscenio. ¿Qué los retiene? Lo siniestro. Indecible e indescifrable.

La situación se desarrolla in crescendo, aquellos que solo atienden a las  formas debe visibilizar su lado más temible, el de las necesidades. El sostenimiento de la existencia más básca se tensa todo el tiempo con los juegos de "la buena educación". Pequeños eventos surrealistas comienzan a sucederse, costumbres solo perceptibles para los observadores. Diálogos que se repiten con invariancias mínimas, objetos fuera de lugar, anécdotas desquiciadas. De golpe, La tragedia va virando a la risa, la comedia se apodera del film, la farsa se devela: los ritos y modales son los que los atrapan pero también los que liberan, constituyen una clave arcaica. La respuesta no consiste en su develamiento sino en su repetición. No hay ningún misterio, la voluntad y el mito ganan la escena y los personajes pueden escapar.

III. El cliché en política tiene varios sentidos: construye territorios comunes, sobreentendidos básicos para el diálogo con propios y ajenos. Porque la política, como un teatro, se sostiene sobre arquetipos y clichés que configural la escena, que establecen los codigos minimos.

El cliché identifica al interlocutor. Lo moldea al propio gusto. Pero tambien se vuelve una trampa, porque la esencia de la política es desarreglar el sobreentendido. Construimos un territorio común pero volvemos sobre él para transformarlo. De ahí que los clichés politicos avancen sobre la organizacion de lo posible (izquierdas y derechas, politicas públicas, estado y sociedad) para volverse sobre la construcción de imposibles (utopias: Perón vuelve, aparición con vida, ). Por ello la materia del cliché es claustrofobica. Porque en el fondo atenaza a la accion humana.
 
Asi, por ejemplo, la idea de los Derechos Humanos ha sido la consigna que, “levantando la bandera de los organismos”, este gobierno mejor a logrado sostener. Pero, en el fondo, la idea de los derechos humanos es una falacia. Pues los derechos humanos no son “una cosa”. No se está con los derechos humanos o contra los derechos humanos. No son un conjunto de derechos positivos como los sociales o económicos. “Aparición con vida” es un pedido imposible. La idea de reparacion de los daños producidos por el Estado Terrorista, tambien. La esencia de esas banderas como cliché es, justamente, provocar el cierre de los significados de la lucha. Pues esa es la esencia de los derechos humanos: la comunidad organizada reclamando, construyendo un sentido común. Un cliche.
 
De ahí, que “los derechos humanos” encuentren un limite. Ese limite es siempre el propio Estado, que por su propia logica necesita definiciones, demandas claras, reclamos puntuales que configuren politicas específicas. Si los derechos humanos son la esencia de la politica, en el sentido de reclamos imposibles que desarreglan el campo de los sentidos instituidos, el limite es la propia politica, en su version de campo de sentidos instituido.

IV.- Un país es como una casa. Una clase se lanza a una aventura. Esa aventura es un drama, pero los gestos, los nombres, las formas trascienden la tragedia y permiten a esa clase continuar viviendo. La organizacion de lo posible lleva a que las consignas se tornen clichés. No es asunto voluntario. Ni farsa política, ni demagogia. Es la esencia del Estado.

Pero pronto el aire se torna claustrofóbico, surrealista. Algo inefable pervive. Es lo siniestro, un terror ahí, indefinible pero presente, ubicuo pero sin nombre. Los imposibles permanecen allí, en clichés no instituidos. Repeticiones, chistes, lapsus comienzan a emerger (asaditos, papas, prontuarios públicos). La comedia. Poco a poco esa familia, esa casa, ese país perciben la farsa.

Pero la esencia de la escena no es la farsa, es el inevitable derrotero de cualquier política. Por eso, para salir de la casa, no hay que desenmascarar las formas; simplemente entender que la potencia de ellas es que son tales. Y reintepretarlas en clave colectiva.






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